Mr. Pinkerton y el extraño Papá Noel

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¡Hola muchacho!

¿Qué tal tu campaña para pedir a Spielberg que haga una versión en 3D de “Holocausto Caníbal”?. Ya me contarás. Yo aprovecho para contarte mi último caso, que ha sido muy reciente. Todo empezó una tarde de fin de semana en un centro comercial. Acudí, a pesar de que odio las marabuntas. Y mientras me decantaba entre el papel de váter acolchado o el de doble capa, me vi rodeado de repente por un hombre enchaquetado y un par de seguratas. Me pidieron que les acompañase a su oficina. Se trataba del director de aquel hipermercado. Y no tardó en exponer su problema: “Mr. Pinkerton, le he reconocido a través de las cámaras… He pensado en usted, porque sospecho que el hombre que me hace de Papá Noel me roba todos los días… Pero nunca conseguimos ninguna prueba en su contra”.

Así es, muchacho. Espiar a un Papá Noel de centro comercial. Y acepté con gusto el trabajo, porque siempre he sido muy de los Reyes Magos. Al día siguiente, ya estaba con mi carrito haciendo como que hacía la compra, y ahí estaba el sujeto: un Papá Noel delgaducho, con ojeras, flacucho y con una mirada de pocos amigos. Me recordó a Billy Bob Thornton en “Bad Santa”. Tenía un trono preparado para recibir a los niños, que esperaban ansiosos, pero el amigo se dedicaba a ir de pasillo en pasillo buscando no se sabe qué. Misterioso era un rato, este señor. Pero, a pesar de su conducta extraña, no le vi cometer ninguna fechoría. Sin embargo, algo motivaría su comportamiento, y yo debía averiguarlo.

Al día siguiente, acudí de nuevo al hipermercado. Esta vez el Papá Noel estaba ejerciendo bien su labor. Rodeado de niños, les atendía con una simpatía que nada tenía que ver con su conducta anterior. Muchacho, aquello me desconcertó sobremanera. ¿Por qué actuaba como si se tratara de una reencarnación del Santa Claus de Richard Attenborough en “Milagro en la ciudad”?. Casi me entraron ganas de ponerme en la cola de los niños para entregarle mi carta de regalos…

A base de vigilarle, me di cuenta de que su dejadez en los asuntos papanoelísticos se limitaba a unos determinados momentos del día, siempre a las mismas horas. También me percaté de algo la mar de sospechoso: al acabar su jornada laboral, siempre parecía más orondo, y no se quitaba el disfraz en el vestuario, sino que se iba con él puesto hasta llegar a su furgoneta. Decidí seguirle más allá de los muros del hipermercado. La furgoneta se dirigió a una zona de Madrid muy alejada del lujo y la luminosidad de la Castellana. Allí, aún ataviado con su disfraz, se bajó, y un grupo de unas veinte personas parecían esperarle con nerviosismo. Y cuál fue mi sorpresa cuando veo a aquel hombre sacarse del interior del vestido de Papá Noel todo tipo de latas, sobres de sopas, botellas de aceite, quesitos de La vaca que ríe y todo tipo de alimentos imprescindibles. Y tal como se los sacaba, se los iba dando a las personas que allí le esperaban.

Muchacho, aquel Papá Noel de centro comercial era un auténtico Robin Hood. Robaba en el hipermercado para repartirlo a los desfavorecidos. Y quizás porque la noche anterior me vi “Smoke” y el cuento de Navidad de esta película me hizo sentir el espíritu navideño como si fuese Mr. Scrooge, me entró la duda moral: ¿lo dejo pasar… o lo denuncio a quien me contrató?. Yo soy un profesional, pero aquello me llegó al alma. Le llamé y le dije que dejaba el caso por una colitis aguda… un exceso de polvorones.

Pero no pude irme sin más. Muchacho, quieras que no, no puedo abandonar al detective que llevo dentro, y yo tenía que averiguar cómo lo hacía para que nadie se percatara de los robos. Me presenté a él, y tras convencerle de que yo era un hombre de palabra, me lo explicó. Digamos que… no actuaba solo. Tenía medio personal del hipermercado compinchado, especialmente a un guardia de seguridad que le cubría las espaldas. Lo que no me dijo fue cómo les convenció para actuar así. Todo sea por dar de comer a unos desfavorecidos.

Saludos muchacho y… ¡Feliz Navidad!

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